Llevo cuatro semanas en Venecia y quizás empiezo a entender su idiosincrasia. Probablemente sólo intuyo algunas cuestiones que sus habitantes matizarían de manera importante. En todo caso, son temas que ponen en el foco la capacidad que la ciudad ha desarrollado para sostener la vida cotidiana de sus habitantes en una situación física de constante excepcionalidad. Venecia es una ciudad diferente a todas las demás a la manera que lo son Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, tienen algo que las hace únicas en el sentido más literario de la palabra. Al mismo tiempo esa singularidad ofrece inspiración y presenta soluciones a cuestiones que en otros lugares no encuentran respuesta satisfactoria y que aquí forman parte de la “normalidad”.
Una de las primeras cuestiones que hacen que nuestra experiencia de Venecia sea completamente diferente a la que vivimos en otras ciudades es la manera en la que nos movemos: casi siempre a pie… o, cuando no puede ser así, a través del servicio de barco gestionado por la sociedad ACTV de transporte público municipal (los tradicionales “traghetti”). Generalmente, aunque al principio la atención del visitante queda totalmente atraída hacia la belleza de la ciudad y lo particular del paisaje urbano que ofrece su presencia sobre el agua, pronto percibimos que hay algo más que hace de nuestra vivencia del espacio público una experiencia “singular”. Al principio no sabemos a qué se debe. Poco a poco nos damos cuenta de que no oímos el ruido de los coches y no estamos expuestas a sus emisiones pero, sobre todo, de que nuestra visión está libre de vehículos aparcados y en movimiento en calles y plazas. La imposible presencia del vehículo privado en Venecia potencia el valor estético y urbanístico de sus edificios aportando una lectura no fragmentada del entorno que pone en valor la relación arquitectura-espacio público. Los mecanismos de configuración espacial funcional plenamente, y eso se nota. Esto explica en gran medida la fascinación que la ciudad ejerce sobre los visitantes. Además, y es aquí donde emerge una primera “lección adaptativa”, esta circunstancia permite un movimiento fácil de los peatones, una experiencia de la movilidad a pie gratificante. Es verdad que Venecia está llena de puentes en los que hay que subir y bajar escaleras, imposibles de sustituir por soluciones de accesibilidad universal. Reconociendo que este es un escollo insalvable que impide el movimiento de muchas personas, también es de interés observar que la ciudad salva algunas de estas situaciones de diferentes maneras, en ciertos casos casi sorprendentes: en algunos puentes se han instalado pasamanos y peldaños de menos altura, de manera que puedan ser más fáciles de subir para personas con problemas de movilidad. Aun así, la mayoría de los puentes no admiten esta solución, cuestión que se salva a través de la solidaridad intergeneracional: cuando una persona mayor con un andador o problemas para superar el puente llega al mismo, pide a alguien que le ayude. Si el visitante pone atención encontrará muchas personas mayores caminando en Venecia, sobre todo fuera de los circuitos más turísticos. La movilidad de algunas de ellas se basa en la confianza en que alguien les ayudará en los tramos en los que no puedan avanzar autónomamente, una cuestión no menor, pues les permite seguir viviendo en su barrio y salir de casa con cierta normalidad. La solidaridad y la confianza son temas ya no muy presentes en nuestros barrios y ciudades. Sin embargo, se trata de dos actitudes que se van configurando como claves para avanzar hacia comunidades más resilientes porque contribuyen a la interacción con nuestros conciudadanos haciéndonos sentir parte de los ámbitos que habitamos, y a hacer emerger capacidades latentes de los territorios y de las comunidades locales.
La vida cotidiana de las personas mayores en Venecia es posible también gracias a la distribución capilar de comercio de proximidad que se da en la mayor parte de los barrios. Quitando las calles netamente comerciales (en torno a los puntos y recorridos más turísticos), encontramos pequeño comercio tanto a lo largo de los ejes urbanos estructurantes, como en las pequeñas y estrechas calles que constituyen gran parte del continuo urbano. En los primeros se alternan con comercio orientado a los turistas. Es así como en calles tan importantes como la denominada Strada Nuova, que conecta el Campo S.S. Apostoli (cercano al Puente de Rialto) con la Estación de Tren de Santa Lucía, resisten todavía carnicerías, panaderías, droguerías, o supermercados de pequeño tamaño, junto a un número importante de restaurantes y tiendas para los turistas. Esa cuestión facilita la vida cotidiana de las personas mayores, pero también de todos los demás residentes, que encuentran cerca de su domicilio toda una red de comercio que también es una red que sostiene y refuerza las relaciones interpersonales y el sentimiento de pertenencia al barrio. Aunque existe una tendencia a la desaparición de este tipo de comercio, Venecia todavía funciona como una ciudad de proximidad en relación a este tema. La constatación de este hecho en un centro urbano que, por otra parte, está fuertemente “turistificado” es chocante al principio para el visitante (la observación de estas dinámicas ha tenido lugar durante el mes de enero y primeras semanas de febrero, uno de los periodos de menos turismo en la ciudad).
La presencia del comercio y los servicios distribuidos de esta manera, junto con la importante presencia de peatones, aumenta el control social sobre el espacio público. Esta cuestión contribuye a la percepción de seguridad en el mismo. Venecia está menos iluminada que la media de las ciudades italianas por la noche. Sin embargo, una vez que la visitante se ha “apropiado” de la ciudad (a través de una experiencia personal de la misma), tiene el sentimiento de moverse en calles muy seguras. Todo esto explica en gran medida que se puedan ver niños yendo solos al colegio o jugando en las plazas no turísticas.
Las cuestiones mencionadas ponen de relieve la existencia de una Venecia muy viva, que intenta sostener la vida de las personas que la habitan. Una dimensión de la ciudad a preservar que choca con la imagen de centro fuertemente orientado al turismo que predomina en el imaginario colectivo. La gran presencia del turismo convive con la “normalidad” de la vida de sus habitantes. Son dos mundos que se tocan pero que interaccionan poco, quizás porque en torno a aquellas cuestiones en las que no tienen más remedio que convivir, lo hacen de manera conflictiva. Los visitantes miran Venecia sin entender su complejidad, los residentes tienen una mirada ambivalente hacia los turistas.
También en torno a esto último Venecia nos ofrece una reflexión interesante, ya que desde hace dos décadas ha ido anticipando procesos debidos al turismo de masa que ya han aparecido en muchas otras ciudades. Esta cuestión está en la base de gran parte del descontento de los habitantes de la ciudad (que por otra parte valoran este sector económico como fuente de ingresos). La peculiaridad física de Venecia, sumada al fenómeno del turismo expulsa a muchos ciudadanos, incluso a muchos de los que viniendo de fuera tuvieron el sueño de arraigarse en la ciudad. Los residentes hablan de la falta de oferta de trabajo y escasez de servicios. En relación a esto último mencionan el creciente desplazamiento de los mismos a la “terra ferma” (la tierra firme), refiriéndose sobre todo a Mestre, un núcleo urbano incluido en la municipalidad de Venecia donde se han ido concentrando servicios a los ciudadanos en función de unas decisiones que parecen seguir teniendo como resultado la especialización de la ciudad en el sector turístico. Todo esto no es sino el efecto más superficial de una situación muy compleja, que requeriría un análisis profundo para entender todos sus factores e implicaciones. Lo que sí que parece claro es que está generando malestar no sólo en los residentes, sino también en los que se trasladan temporalmente a la ciudad y no encuentran una opción habitacional asequible debido a que muchos de los apartamentos antes disponibles ahora se están orientando al alquiler turístico con la consiguiente subida de los precios y la disminución de la oferta. Es contra este tipo de procesos que los estudiantes están empezando a manifestarse de manera organizada bajo el lema “Bella ma ci vivrei” (que podríamos traducir como “Preciosa, pero me gustaría vivir en ella”) para poner el foco en uno de los principales problemas que afronta en el presente la ciudad.
En efecto, la llegada de turistas no hace más que aumentar. Una cuestión a la que, por otra parte, es difícil renunciar debido al alto coste de mantenimiento de un centro urbano con importantes peculiaridades y tanto patrimonio. Para gestionar la gran afluencia de visitantes el alcalde, Luigi Brugnaro, ha anunciado recientemente que a partir de enero de 2022 habrá que hacer una reserva para acceder a la ciudad, una cuestión que genera por primera vez una situación insólita y de la que no existen precedentes: la regulación del acceso al espacio público urbano, algo que niega la propia esencia de este último y que acercaría todavía más la vivencia que el turista tiene de Venecia a la de entrada a un “parque temático” para el que tiene que reservar la entrada. Ello tendría implicaciones que no podemos pasar por alto: ¿traspasado ese umbral consideraremos Venecia como una excepción también en ese sentido? ¿aceptaremos esa “anomalía” como el modo que la ciudad ha encontrado para adaptarse a un turismo creciente sin sucumbir? ¿seguirán este camino otras ciudades?
En una situación de gran complejidad cuestionar las decisiones de la administración local sin un diagnóstico sólido llevaría a afirmaciones banales. Sin embargo, las dinámicas observadas y la importancia de que Venecia siga siendo una ciudad viva y abierta para que mantenga su esencia, hace pertinente que nos hagamos estas y otras preguntas que pueden extrapolarse también a otras (a nuestras) ciudades. Es desde el interés de abordar esta reflexión que propongo una hipótesis para que no demos por definitivas cosas que podrían llegar a ser de otra manera: Quizás Venecia sí que tiene otro futuro, un futuro que no esté fundado sólo o predominantemente en el turismo.